Emoción celeste y blanca

No es fácil pensar y ejecutar una ceremonia de apertura. En ella se debe amalgamar el entretenimiento, la representatividad y ajustar cada detalle para que la estética no desentone. Lograr que la gente no se aburra con interminables cuadros musicales y no caer en lugares comunes que nos lleven a reconocer que hay cosas que hemos visto en otras fiestas de lanzamientos.

Inmediatamente después de la finalización del partido entre Australia y Grecia se apagaron las luces del estadio y comenzaron a proyectarse en pantalla gigante imágenes de nuestro país editadas con especiales momentos de nuestro básquet.

La ovación explotó cuando Manu apareció por primera vez en la recorrida, apuntalada por una exquisita música ensamblada al ritmo de las postales. La emoción embriagó los corazones y por un momento, gracias a la magia de la imaginación soñamos con un país distinto.

Paso seguido hicieron su presentación los sensacionales murgueros uruguayos de “Falta y Resto” que pasearon por distintas melodías populares al compás de los tamboriles y con letras adaptadas para la ocasión.

Pero sin dudas los más delicado y brillante fue la ejecución del Himno Nacional versionado con ritmos folklóricos que fueron desde la zamba hasta el chamamé mientras era sutilmente interpretado y bailado por un grupo de danza. Un hallazgo que en épocas en las que Charly García decidió hacer su propia versión hubiera sido muy criticado.

Sin embargo hubo un momento que logró el pico de la emotividad cuando representando a quienes forjaron los cimientos de este momento brillante ingresaron vestidos con la casaca nacional “Pichi” Campana y Marcelo Melanesio quienes se fundieron en un abrazo en la mitad de la cancha para recibir al fenomenal Fabrizio Oberto, recientemente contratado por los Spurs de San Antonio.

Un niño con el nombre de Ginóbilli en su espalda simbolizó el futuro que a la postre es lo que significan estos chicos que hoy nos están simbolizando.

No obstante no todas fueron rosas. La mascota no podría ser más impresentable. Un pingüino amorfo, atiburonado con una aleta en su espalda que presta a la confusión para acertar la especie a la que pertenece, sin contar el color azul que lejos está de parecer al negro del pelaje de los simpáticos bichitos. Si hasta Kirchner se hubiera preguntado ¿que es? Sino hubiera pospuesto su visita a último momento.

Hubo otros aspectos negativos pero merecen otro párrafo aparte. Por ahora nos vamos con “La argentinidad al palo” y el gustito positivo de una noche que se soñó bella y no defraudó.

Carlos “Cachacho” Pascual (enviado especial)
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