Las despedidas son esos dolores dulces

La chicharra sonó y el 89-80 con el que San Lorenzo venció a Quilmes en el tercer punto del play off de la conferencia Sur marcó el final de la historia. Fue el último capítulo de este bravo Quilmes. El capitán y emblema Luca Vildoza rompió en llanto al despedirse de todos.

Dio ganas que la historia nunca se acabara. Porque el camino estuvo encantador. Ese infierno estuvo encantador. Porque tuvo el encanto de lo inesperado. Porque era todo nuevo. Porque iba de punto en todas las apuestas. Porque, la verdad, nadie daba dos mangos. Porque todos tenían un desafío o una revancha. Porque mostraron que juntos fueron (casi) invencibles. En desventaja. Con menor presupuesto. Con bajas. Porque llegaron a la final, a enfrentar mano a mano al candidato, al todopoderoso San Lorenzo, al que llegó al sitio que debía, y cumplió también con su expectativa.

No es, sin embargo, una máquina. “El público bautizó con el nombre de La Máquina a aquel legendario equipo, por la precisión de sus jugadas. Era un dudoso elogio. Nada tenían que ver con la frialdad mecánica esos atacantes que gozaban jugando”, describe Eduardo Galeano en su libro “Fútbol a Sol y Sombra” sobre el mítico equipo de River Plate de finales de los años ’40, que brilló con la delantera de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lousteau. San Lorenzo es un equipazo: juega un básquetbol moderno, con ejecutantes de lujo. Da gusto verlo. Muy merecido y con trabajo arduo como herramienta, es el camino de los de Lamas hacia la final de la Liga.

Es probable que la manera con la que cuenta San Lorenzo para llevar adelante su camino en la Liga sea cercana a la ideal: una estructura dirigencial que pone condiciones óptimas al servicio de profesionales probados y garantes de rendimiento. Así, los resultados llegan rápido. No le resta mérito a la conquista de su segunda final consecutiva de Liga. Al contrario, se los otorga.

Pero el caso de Quilmes es el de las mayorías. Los que se arreglan con poco para llegar a fin de mes. Los que todos los días sortean obstáculos inesperados. Los que se las ingenian para ser felices con lo que tienen. De pronto, este equipo, con sus argumentos, se encontró definiendo una final de conferencia. Casi, hasta un choque de culturas: la organización, continuidad y previsibilidad, ante la duda existencial de saber si se podría afrontar el desafío de competir. Y allí estuvieron ambos, por destino maravilloso del deporte, que otra vez horizontalizó.

Quilmes será inolvidable porque, al mismo tiempo que cumplía con sus objetivos y más, lo hacía con cierta irreverencia, muchas veces apelando a lo inesperado, a la picardía, y cuando parecía que estaba derrotado, allí siempre hubo una vida más. Con una pirueta de Vildoza, el mago, el Joven Maravilla, MaraVildoza. Este relator se quedó cortísimo de argumentos lingüísticos para describir las cosas que hizo el pibe durante la temporada. Enhorabuena. Que vengan más a romper con lo establecido. Que se atrevan más a lo inimaginable. Disco baby disco.

Se despidió Vildoza. Ya es historia. Se fue a los 21 años. ¿Qué hacía usted, que lee esto, a sus 21 años? Vildoza se va a asumir más riesgos. A seguir su camino. Ya demostró talento y ambición. Mucho por hacer. No detenga su motor.

Mientras, la mamá y la abuela anoche en el Polideportivo lloraban por la última función. “Me va a costar un tiempo volver a venir a la cancha”, alcanzó a explicar la mamá del capitán, embargada de emoción. Guau. Qué carga conllevan esas palabras. El papá, más mesurado, trata de contener. Vildoza es Quilmes. Hay que conocer el contexto para entender tanta emoción: Luca no hizo más que aprender a caminar, cuando ya tenía una pelota de básquet y vestía una camiseta negra, roja y blanca.

Pero no fue Vildoza solo. Porque Sansimoni dio el paso al frente en aquel clásico cuando Peñarol se acercó. Porque Flor se atrevió cuando se lesionó Ruiz, o cuando Famutini no daba pie con bola, o cuando Robinson dejó de colaborar, o cuando Luca salió por faltas contra Bahía en el tercer juego del play off. Le faltó lograr que cambien el piso del Poli.

Porque Ruiz volvió de esa lesión, jugó su mejor temporada, tuvo revancha y fue papá. Vos sabés.

Porque Basualdo llegó a jugar en una posición que le da ventaja de centímetros a toda la Liga, en épocas que la competencia recuperó descomunales pivotes de altura. Y no sólo se la bancó sino que termina siendo uno de los mejores nacionales en su puesto en la historia de Quilmes.

Porque Cavaco, Eslava y el incorporado Maciel entendieron todo, e hicieron lo que hacía falta. Y eso no significó someterse a papeles únicamente secundarios. Todos tuvieron sus momentos.

Porque Quilmes fue un equipo. Y al no depender de uno, se volvió indescifrable. La imagen del final es compartida: Vildoza y Flor metiendo una lluvia de puntos contra todos. Pero hasta allí arrimó un equipo que no dependió en exceso del brillo único de los pibes. Bianchelli y su cuerpo técnico son responsables de eso.

Este Quilmes volvió a tirar bien lejos eso de que lo único que importa es salir campeón. Ya se dijo, y se repite: las medallas y las copas se oxidan y se llenan de polvo en las vitrinas. Las vibraciones y emociones acompañan al ser hasta que deja de latir.

Por eso nadie quería que se terminara la temporada. No era únicamente para seguir pasando instancias. Era para seguir siendo felices en lo cotidiano, en el ratito que ese grupo maravilloso se juntaba en una cancha de básquet ser más felices ellos, y compartirlo con los demás.

Martín Pellegrinet
@SoyElPelle
Especial para Pick and Roll