El Premundial de Neuquén resultó para los hinchas argentinos el resurgimiento de la pasión por los colores celeste y blanco pero, esta vez, canalizada en una disciplina distinta como es el básquetbol. La selección...
Autor:Florencia Cordero
El título obtenido en el Sudamericano de Valdivia fue el primer escalón, pero el Torneo Amistoso Internacional Super 4 (disputado en la cancha de Ferro) fue el primer contacto directo de este equipo de estrellas con los fanáticos argentinos. Fue el inicio del romance. Estaba descontado que las figuras internacionales que convocó Rubén Magnano iban a cautivar a la gente del básquetbol, pero semejante fusión de talentos llegó a despertar el interés del aficionado común que entendió que este deporte también tiene representatividad en los primeros planos del continente.
La promoción que significó para el básquetbol nacional que dos argentinos (“Pepe” Sánchez y Rubén Wolkowyski) estén en la NBA, provocó en todos cierta curiosidad por ver, de cerca, a aquellos que habían logrado semejante conquista. Los menos entendidos se dejaron seducir por el monumental despliegue y la espectacularidad de las volcadas de Emanuel Ginóbili y quisieron interiorizarse sobre los antecedentes del ídolo de la Kinder Bologna de Italia (campeón de la Liga Italiana, de la Copa Italia y de la Euroliga).
El sistema de competencia (que incluyó partidos todos los días) obligó a los planteles a una exigencia superior. Pero para la selección nacional, la rotación de los jugadores y la buena distribución de los minutos en cancha resultaron decisivas para el objetivo final porque el mejor jugador de Argentina fue el equipo. Y su estructura no se resintió con el recambio.
Dentro de la cancha, el caudillo fue Fabricio Oberto con un destacado trabajo prolijo y parejo; mientras que la sorpresa la dio Daniel Farabello (primer relevo de “Pepe” Sánchez) siendo determinante para conducir al equipo en situaciones clave. La tarea defensiva de Hugo Sconochini (a pesar de no contar con su mejor forma física) encajó a la perfección en el esquema de Magnano. Leonardo Gutiérrez y Gabriel Fernández (productos genuinos de la Liga Nacional) cumplieron cada vez que tuvieron su posibilidad de jugar; al igual que Leandro Palladino que mostró la explosividad necesaria en el momento justo. El juvenil Luis Scola mostró su capacidad y no desentonó en la zona pintada. Andrés Nocioni resultó una opción valedera y Lucas Victoriano fue quien tuvo menos chance de mostrarse. Todos defendieron por igual; y esa fue la clave para el equilibrio del grupo.
Ninguno de los integrantes del plantel pudo dejar de mencionar la fortaleza que envolvió a este equipo que siempre sintió, como fuente de inspiración, el aliento de Gabriel Riofrío que sobrevolaba por el cielo del Ruca Che.
Con el valioso respaldo del público argentino en Neuquén, la selección sacó pasajes en primera categoría rumbo al Mundial de Indianápolis 2002. Pero, a pesar de la gran ilusión inevitable, el Torneo de las Américas es sólo, y nada menos que, un excelente inicio para un proceso que se perfila como el más exitoso de todos los tiempos.