Este es un reconocimiento importantísimo en varios aspectos.
Primero, porque demuestra que hemos ganado importancia en la FIBA en estos últimos años.
Segundo, porque es un reconocimiento hacia un jugador y un equipo que quedaron olvidados por el periodismo deportivo nacional (aunque no el de básquetbol) a pesar de ser campeones mundiales, cosa que no pasó con otros ídolos de otros deportes.
Tercero, porque es un reconocimiento hacia el básquet porteño de esa época, que era infinitamente más popular que hoy y al mismo tiempo generaba grandísimos jugadores.
Y cuarto, porque deja la duda de qué hubiera pasado si una combinación de antiperonistas recalcitrantes (aclaro que no soy peronista), y una dirigencia con moralina barata (¡¡si hasta el mismo presidente de la FIBA pidió que no se tomen tan en serio a las reglas del amateurismo!!) y que también había tomado un poco de envidia hacia el desarrollo del básquet porteño, no hubiesen destrozado nuestro deporte por cuestiones de intereses federativos.
Felicitaciones al homenajeado, entonces, y a todo lo que él representa.