El clásico tuvo un 10 de oro

Y Jesús dijo me voy, de tácticas ya no hablo
pero un consejo les doy: la pelota siempre al diez
que ocurrirá otro milagro.
(“¿Qué es Dios?” - Las Pastillas del Abuelo)

Contrariamente a lo que se cree un partido de básquet puede no definirse en el último cuarto. Si, ya sé, es imposible no hablar de Campazzo con 12 puntos en el último cuarto y asumiendo el rol protagónico en el cierre. O de Pablo Barrios, un triple y una volcada cuando Quilmes se había puesto a peligrosos cuatro puntos (72-76 a falta de 4:00). Pero Él apareció cuando nada salía. Si hubo un Peñarol que llegó de pie al final es porque hubo un Leo Gutiérrez que los guío en la tormenta.

Créame el amigo pasional que no fue un buen juego de Peñarol. Quilmes lo puso en todo tipo de aprietos y las circunstancias de un partido raro además hicieron que Martín Leiva, otro de los héroes de mil batallas, debiera irse muy temprano por cinco faltas (cuatro y un técnico).

Hay cosas que ya se saben antes de empezar. Pero saberlas no significa que no dejen de sorprender. Leo siempre testea su mano en la noche con los primeros dos triples en escasos minutos de juego. Venia de 6/16 en triples (37.5%) en Lanús pero su estirpe lo obliga a seguir asumiendo esos mismos riesgos. Peñarol salió sin juego, cortado. Y Leo apuró los tiros para llevar tranquilidad. Fueron 3/3 en el primer cuarto y 3/5 en el segundo.

Existe la virtud en el mejor jugador de la historia de la Liga, pero también existe una falla en la defensa que lo contiene. La defensa de Quilmes le dio el metro que el campeón olímpico necesita para armar su lanzamiento. Jugó a evitar más un rompimiento que un tiro. Es decir, la defensa de Quilmes tomó el riesgo más lógico. Y Leo no se los perdonó. Cuando los primeros tiros entraron, cuando se dio cuenta que su noche con el aro era de puro romance, le podrían haber puesto un obelisco por delante que igual lo podría superar.

Todo gira en torno a esta situación porque lo que hizo Leonardo Martín Gutiérrez en el clásico 80 de la historia fue la actuación individual más determinante en muchos años. Logró que un equipo partido en su juego no se cayera nunca. Por el contrario, lo sostuvo con su voluntad y su puntería. Quilmes jugó mejor el primer cuarto, Peñarol lo equilibró en el segundo pero el tablero era del “milrayitas” al final de los primeros 20 (35-42).

Quilmes salió como olvidando los problemas que arrastra y dando muestras de ser un equipo organizado ofensivamente. Tuvo en Ferreyra un brillante comandante que repartió con criterios las bolas a sus internos y aprovechó huecos para buscar sus propios puntos en bandeja. Smith desde afuera (1/5 en triples en el primer cuarto) erraba todo lo que Peñarol metía, pero el cervecero terminó arriba el primer cuarto (20-19) porque su juego era mucho más natural que el de su oponente.

En el segundo cuarto Sergio Hernández sacó a Kyle Lamonte que no volvió de las vacaciones y Selem Safar vino a ocupar ese hueco que Peñarol tenía en el escolta. Reinick tomó la bandera de Leiva para defender a un Matthews que luce muy firme en el juego interior quilmeño. Pero no había concesiones para el resto. Campazzo, Leo Gutiérrez y Mata seguían siendo la columna vertebral de un Peñarol ahogado.

El técnico de Quilmes, Beto Martínez, metió a Phillip MacHopson como su jugador número 10 (5ta rotación desde el banco) y lo puso de base. La salida de Ferreyra solo trajo confusión y Quilmes se desdibujó muy rápido pareciéndose al de toda la liga.

Más allá de los vericuetos tácticos, apuestas de formaciones y la mar en coche el básquet es un juego de porcentajes. Peñarol terminó el primer tiempo con 10/17 en triples y Quilmes 1/10. Eso es una diferencia tangible. El resto de las especulaciones es pura espuma.

Peñarol ya había sacado la cabeza arriba de la línea de flotación, no jugando a nada de lo bueno que muchas veces se le ve, acaso porque Leo Gutiérrez oficia de mago cuando lo llaman al show. Terminó con 20 puntos y 6/8 en triples la primera mitad.

El segundo tiempo se dividió en dos mitades. Un tercer cuarto flojito y un último parcial lleno de emoción. El tercer segmento lo ganó Peñarol 20-18 y será rápidamente olvidable. Quilmes perdió 4 balones, Peñarol bajó los porcentajes, se luchó más de lo que se jugó y ninguno de los dos hizo lo que quiso sino lo que pudo. Feo.

Pero el partido tenía reservado un emocionante último cuarto. Leo Gutiérrez fue dos veces a la línea de libres en toda la noche y las dos veces por faltas al tiro de tres puntos. Siguió parado como un general delante de su batallón comandando desde el perímetro los mejores momentos del ataque de su equipo. Cada vez que quiso ir para abajo encontró un grado de oposición que le costó superar. Pero su mano está entrenada para disparar en los momentos más calientes. Y así como sacó la cara en el primer tiempo para sostenerlo, ayudó a rematar el partido. Dos libres y un triple suyo lo ponen arriba a Peñarol 59-69 a falta de 7:40.

Parecía que Peñarol lo definía cómodo, consciente que este equipo lo mejor que hace es administrar finales con ventaja. Quilmes no se rindió y aprovechando el doble ala pivote que propuso Sergio Hernández (Barrios-Gutiérrez) Matthews comenzó a tornarse en una pesadilla. Ahora sí acertó Beto Martínez en poner a Hopson de escolta al lado de Ferreyra y su equipo se equilibró. Siguió errando todo desde el perímetro (Quilmes terminó con 4/19 en triples) pero su juego se ordenó y como si nada se puso a 4 (70-74 y 72-76)

Faltaban 4 largos minutos y el estadio (que fue una caldera todo el juego) hervía como hacía rato no se veía. El clásico recuperado en emoción dio un gran espectáculo.

Para “Campazzo la selección” los finales son un motivo de desafío personal. Se come el balón y se adueña de los tiempos del partido. Pero fue Pablo Barrios el factor clave. Metió un triple aprovechando que la rotación defensiva del rival lo liberó al tiro del perímetro y luego, en la jugada siguiente, cuando corrieron a taparlo, amagó, fue para adentro y terminó metiendo una volcada que más que dos puntos clavó un cuchillo en su rival. Y fue herida de muerte, porque con esos 5 puntos Peñarol tomó 9 de ventaja (72-81) a falta de 3:20 que Campazzo se encargó de administrar.

Ferreyra, que había contestados él solo triple por triple con Campazzo y Safar ya no pudo meterla más, Smith (erra tanto como Maye pero es más lento) y Weigand erraron tres triples que buscaron descontar y Matthews no tuvo quien “le haga la segunda”. Hopson brilló por su incomodidad y ausencia.

El cervecero salió a cortar con falta las últimas acciones y Campazzo junto al Lata Ibarra desde la línea decoraron el resultado. Acaso el nivel de paridad del partido no fue de 12 puntos de diferencia pero los porcentajes de uno y otro si lo fueron.

El 10 de Peñarol ya había cumplido su misión. Es el pastor que te guía en la oscuridad. Sacó a Peñarol de todos sus problemas y les regaló el cierre al resto. Quilmes después de tanto penar encontró el equipo y ahora juega, compite. El clásico sigue con el mismo ganador pero con una vida nueva.

Síntesis
Quilmes (79): Nicolás Ferreyra 17, Gregorio Eseverri 2, Axel Weigand 6, Michael Smith 12, Clarence Matthews 29 (FI); Phillip Hopson (x) 7, Facundo Piñero 2, Germán Sciutto 0, Louis Truscott 4 y Lucas Vildoza 0. DT: Luciano Martínez.

Peñarol (91): Facundo Campazzo 24, Kyle Lamonte 3, Marcos Mata 8, Leonardo Gutiérrez 33, Martín Leiva (x) 4 (FI); Selem Safar 10, Alejandro Reinick 1, Matías Ibarra 3, Pablo Barrios (x) 5 y Franco Giorgetti 0. DT: Sergio Hernández.

Parciales: 20-19, 35-42 y 53-62.
Arbitros: Pablo Estévez y Osvaldo Bautista.
Estadio: Islas Malvinas.

Foto: Majo Gil (mjgil@pickandroll.net)

Pablo Tosal
En Twitter @pablotosal
www.pickandroll.com.ar