LONDRES (De un enviado especial).- La ausencia de Pablo Prigioni en el último partido de la etapa preliminar acrecentó la preocupación. Se supone que fue para dejarlo mejorar y que llegara lo mejor posible para el partido más importante, el de hoy. Pero no deja de ser una señal de alerta muy grande. Fundamentalmente porque el fuerte del juego argentino tiene origen en la prolijidad en la función del cordobés. También Brasil aloja muchas de sus esperanzas en el buen armado de juego de una figura en permanente crecimiento como Marcelinho Huertas, un base que enloqueció a la Argentina en el Preolímpico hace un año. El juego brasileño comienza siempre con la presión que se ejerce sobre el base del equipo rival para liberar a su armador y darle la posibilidad de jugar interior con Tiago, Anderson o Nené (tiene una fascitis plantar y también se perdió el último juego) o para abastecer a los buenos tiradores perimetrales (Marquinhos, Guilermhe, Marcelinho Machado).
Brasil intentará desgastar a Scola, que aparece muy solo en la lucha interior, y Scola tratará de hacer valer su mayor experiencia para anotar cerca del aro rival. En Turquía 2010, Sergio Hernández eligió una estrategia en la que le dejó libertad a Marcelinho Huertas para tentarlo con el tiro al aro y las penetraciones. De esta manera, ajustó mejor las marcas sobre el resto del equipo, convirtió al base rival en goleador, pero no lo dejó armar sus sistemas.
El abanico de posibilidades de Brasil parece ser superior al argentino, aunque la jerarquía de Delfino, Ginóbili, Nocioni y Scola también preocupa, y mucho, a todos los equipos de este torneo. La Argentina es respetada por su concentración defensiva, inteligencia táctica, calidad ofensiva y buena circulación de la pelota. Pero por sobre todas las cosas, por ese corazón pasional que nunca descansa.
Cada partido importante entre la Argentina y Brasil en los últimos doce años fue ganado por la Generación Dorada. Pero los brasileños han mejorado muchísimo desde la llegada de Rubén Magnano. Ordenó al plantel, fue eliminando la guerra de vanidades entre figuras y en cada partido que jugó puso a Brasil un poquito más cerca de la Argentina.
Tratar de imaginar un partido puede ser frustrante, porque luego en la cancha los imprevistos pueden llevar las acciones a caminos bien distintos. Pero esto es lo que están pensando por estas horas Julio Lamas y Rubén Magnano. Es un partido demasiado importante, que se jugará mucho más allá de los 40 minutos en el parquet. No es para menos, vale una semifinal olímpica.