En el cierre de la temporada 2012-13, Kobe Bryant el heredero de Michael Jordan, abandonó el juego ante los Warriors en el Staples Center sin recibir ayuda de ningún compañero, está temporada buscará la revancha en una competencia que tiene muchos candidatos para la 2013/2014.
No se trataba de una lesión habitual: el astro de los Lakers se había roto el tendón de aquiles, hecho que trastocó planes y aceleró procesos.
No hubo gritos de dolor ni excusas. No señaló culpables ni conspiradores. El competidor enfermizo que habita en sus entrañas sabía la respuesta de antemano. El héroe acarrea responsabilidades, despierta fervor en sus seguidores y carga la cruz que duerme abrazada a su propio estigma.
“Si me ves pelear con un oso, reza por el oso”, dijo Bryant horas después de conocer el grado de su lesión, en una carta que dio a conocer a través de Facebook.
Kobe cumple 35 años y su carrera ya está sumergida en el epílogo. Es el principio del final, el momento de ver hacia atrás para poder pensar en un nuevo adelante. El escolta preferido de Hollywood ha sido el último gran héroe de una época fantástica del básquetbol. El ícono de un estilo tan atrapante y seductor como incompleto.
Bryant fue durante años un calco de Moisés, abriendo las defensas como parte trascendental de la construcción del milagro. Cuando él tomaba el balón, el resto se abría para observar el proceder. El básquetbol de los ’90 tenía mucho de esta lógica: la ley de la selva, en la que la especie más fuerte se devora a la más débil.
Con esta fórmula, el astro de L.A. logró cinco títulos de campeonato. Por supuesto, no lo hizo solo, pero sí se mantuvo la lógica de atacar las defensas con su propio bisturí, haciendo una pequeña incisión para que luego la hemorragia de puntos fuera incontenible. En el básquetbol de la era Kobe, los aportes del resto llegaban como una consecuencia de su proceder. La conspiración de once para que sea uno el que clave la estaca.
Pasó el tiempo y el cambio inevitable sucedió. Los jugadores siguieron siendo tan habilidosos como antes, pero lo que evolucionó fue el deporte mismo. Ya no alcanzaba con la figura del superhombre sino que se requería la multiplicidad de esfuerzos -y roles diversos- para la obtención de un objetivo.
Como siempre sucede, la ejemplificación se da muchas veces de manera abrupta. LeBron James se convirtió en el basquetbolista más fantástico de la Tierra cuando dejó de jugar para sí mismo y empezó a observar a sus compañeros. Esto no significa sólo asistirlos, sino también permitirles hacer. Entender que lo global supera siempre a lo particular. Kobe no es mejor ni peor; es distinto.
Es, junto a Jordan, el competidor más grande que existió, hasta el día de la fecha, en el básquetbol posmoderno. Un guerrero único, revolucionario, capaz de quebrar barreras que lucían, a priori, infranqueables. Sin embargo, la lógica de “hágalo usted mismo” ya no es viable. Y en esa evolución del deporte, se ve el punto débil de la estrella: Bryant no fue construido con esta materia prima en sus mejores años y no es lo mismo transformarse a sí mismo en la medianía de la carrera que en el cierre. Si recorremos los equipos ganadores de Phil Jackson, las pruebas que avalan este proceso son irrefutables.
Bryant fue símbolo exitoso de un estilo que el mismo deporte dejó de permitir hace algunos años. Lo que antes era una proeza hoy es un engaño: las defensas prefieren que un jugador cargue con el peso del mundo en sus hombros con la idea de evitar que el resto se contagie. La máxima se repite hasta el hartazgo: tarde o temprano, el genio va a sucumbir. En definitiva, ¿se trata de un ser humano, no?
En estos tiempos, hasta el propio Allen Iverson -quien anunciará su retiro en breve- luce como un jugador de una dinámica errónea para conseguir logros importantes. Lo que para una década atrás era oro, hoy es sólo un espejismo que brilla sin demasiado valor. Bryant regresará a la acción antes de lo esperado, porque su espíritu así lo dictamina.
Y con eso mejor no meterse. Si los médicos dicen una fecha, él demostrará que puede conseguirlo antes. La obsesión enfermiza nunca se detendrá y es quizás ese factor el que le impide -y le impidió- un cambio oportuno a tiempo. Hay una diferencia radical entre haber ganado antes y saber como ganar ahora. La perseverancia suele confundirse, muchas veces, con obstinación.
Hoy la NBA navega en la era de los híbridos. Los jugadores estrella ya no hacen una sola cosa sino que desarrollan múltiples tareas. Son integrales. En un mundo que ya no le pertenece, Bryant se llevará consigo un estilo que marcó una época: el básquetbol de la destrucción masiva con dos manos. El molde, después de Kobe, se ha roto para siempre.