No me lo contaron

Trabajo desde 2006 en Pick and Roll, con mucha pasión y orgullo, sin embargo nunca me gustó encasillarme dentro del mote de “periodista de básquetbol”, sino que me siento más cómodo en la caradurez de sentirme un periodista deportivo, porque mis gustos no terminan en la naranja.

Es por eso que también me gusta disfrutar de otras cosas. Debido a que tengo 32 años no viví al mejor Maradona, el de La Mano de Dios. Leí aquellas proezas, me emocioné una y mil veces con los videos de sus goles vistiendo la camiseta de Nápoli; Lo ví gambetear dieciocho mil ingleses más veces de la que ví mi cara en el espejo.

También “me enteré” que Guillermo Vilas injustamente no ocupó la cima del ránking en 1977, porque el sistema que regía en aquella época consagró a Connors y no a Willy, quién había ganado dos Grand Slams aquel año. Además supe de las hazañas del amado por muchos Juan Manuel Fangio y de Roberto De Vicenzo, que por un error en su tarjeta no pudo luchar por el saco verde en el Master de Augusta.

Perdí la cuenta de las veces que ví a Carlos Monzón noquear a Nino Benvenuti, aunque siempre en blanco y negro. Pero hay algo para lo que no necesité recurrir a los archivos del deporte argentino, porque soy contemporáneo de Emanuel Ginóbili. A Manu, no me lo contaron.

Reconozco que me costó creer lo que leía en los diarios, cuando mencionaban que había debutado ante los Lakers y que había estado por muchos minutos en cancha (20). El tiempo, los partidos, las hazañas, fueron acostumbrándome pero, por suerte, nunca dejé de verlo como algo extraordinario, jamás, y 799 partidos después, sigo sintiendo lo mismo.

Anoche Ginóbili formó parte de otro hito en la historia de la NBA, como cuando fue campeón, participó del partido de las estrellas o fue galardonado con el premio al mejor sexto hombre. Alcanzó los 800 partidos en la mejor liga de básquetbol del mundo y quedó inmortalizado junto al Big Three como el segundo trío en alcanzar las 500 victorias luego de derrotar a los Clippers por 89 a 85. Por encima de ellos solo está el que conformaban Larry Bird, Robert Parish y Kevin McHale (540); Además, se ubican segundos en la lista de triunfos, por delante de Magic/Kareem/Cooper (490).

Dentro de muchos años, cuando me pregunten qué fue Emanuel Ginóbili en la historia del deporte argentino, voy a contestar que fue una estrella más en la NBA. Y aunque parezca una frase vulgar, lejos está de menospreciar su carrera: Aquellos que ha visto básquetbol toda su vida saben que pensar en un argentino jugando en la NBA correspondía al terreno de los sueños. Hoy, una estrella entre las estrellas, parece demasiado. Porque la tarea de Ginóbili no se resume en participar de la NBA, sino de competir, ser parte, y dejar un legado.

Pasaron ya 800 partidos, cuatro títulos y la creación de una era, una dinastía con estilo propio - único - que desafió las estructuras de los mismísimos creados de este deporte. Un mito que del que soy contemporáneo y que, por suerte, no me contaron.

Sebastián Ciano
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