Llegó el día en el que Luis Scola encabezó la delegación argentina en Río siendo el abanderado, al igual que lo hiciera Manu Ginóbili en Beijing 2008. El Luifa continúa agigantando su figura dentro de la historia del deporte nacional, donde deja un legado imborrable junto a la Generación Dorada.
Autor:Sebastián Ciano (sciano@pickandroll.net)
Flashes y más flashes. Desde hace unos días en la villa olímpica, anoche en el mítico Maracaná, un estadio que a estas alturas tiene vida propia, siente, respira, y si pudiera hablar lo haría y contaría historias maravillosas.
Y delante de todos esos flashes una persona, Luis Scola. Como centro de atracción de aquellos atletas que no quieren perderse la oportunidad única de retratarse con un deportista de semejante calidad, o en el rol nada menos que de abanderado de la delegación argentina que anoche se presentó en el marco de la inauguración de los Juegos Olímpicos, competencia que para El Alma comenzará mañana.
Hace ocho años atrás Argentina se despertaba con un Emanuel Ginóbili abanderado allá a lo lejos, en una Beijing que vive al revés. En esta ocasión, el Luifa ensanchó los corazones a la hora de la cena, cuando toda la familia vuelve a reunirse, cuando los solitarios recuerdan su día. Allí estaba el capitán, siendo la primera sonrisa de todas las que lo sucedían. Porque el olimpismo tiene eso, hasta los más profesionales y experimentados se vuelven niños dentro de una juguetería.
Parece mentira que solo falten horas para que Argentina salte a la cancha en otro juego olímpico, el cuarto en forma consecutiva. Hace un poco menos de un año el sufrimiento se apoderó en aquella semifinal en México en la que el equipo consiguió su boleto a Río batiendo a los locales ante casi dieciocho mil personas.
Hoy, con otro proceso más recorrido se viene el baile final de este grupo inolvidable, que tan bien hizo quedar al deporte argentino alrededor del mundo y que dejó la marca de dos abanderados olímpicos, un logro que quedará colgado entre el oro de Atenas y el bronce de Beijing.