En el Día Internacional de los Derechos de las Mujeres, un paso obligado por la historia del básquet femenino en el país. La falta de popularidad, los problemas dirigenciales, la eterna lucha por la profesionalización y equidad respecto a sus pares masculinos, han sido partes del proceso que han tenido que atravesar las chicas que eligieron este deporte como motor en su vida.
Autor:Sol D´Amato (especial para www.pickandroll.com.ar)
El básquet argentino ha sido protagonista de grandes nombres de la escena deportiva mundial: hablar de básquet es hablar de la Generación Dorada, El Alma, algunos nombres propios, y hablar de las Gigantes: surgidas tras el noveno puesto en el mundial 2006, la selección de básquet femenino atravesó un sinfín de menesteres que hoy por hoy siguen intentando esquivar para seguir creciendo dentro de la esfera nacional.
La historia del básquet femenino en el país no condice con el auge y popularidad que presenta su versión masculina. Sin entrar en el lugar de buscar culpables, la rama de las mujeres ha tenido altibajos de popularidad, que no siempre fueron de la mano con el resto del mundo.
Desde su llegada a la Argentina en 1912, de la mano de la Asociación Cristiana de Jóvenes, el básquet como deporte tuvo su espacio para la rama masculina, principalmente. Hubo que esperar hasta 1931 para que se fundara la primera Asociación Metropolitana Femenina de Básquetbol (AFMB), que regulaba el deporte a nivel regional. Pero la falta de interés y continuidad en las entidades afiliadas hizo que recién en 1965 se creara la Federación Femenina de Básquetbol de la República Argentina, que hacia 2010 se vio suspendida por problemas impositivos, tras un fallo de la CABB.
Paralelamente, a nivel mundial, el básquet se fue desarrollando tanto para hombres como para mujeres. En Estados Unidos, por ejemplo, un año después de la creación, ya se estaban haciendo modificaciones reglamentarias para adaptar el deporte para las mujeres y para 1893 se realizaron los primeros partidos oficiales.
Mientras en Argentina recién se creaba la Metropolitana, la FIBA ya había incorporado el básquet femenino, aunque recién en 1976 las mujeres tuvieron su lugar en los Juegos Olímpicos. Hacia 1946 se disputó el primer sudamericano femenino en Chile, donde la Selección Argentina finalizó segunda. Dos años después, Buenos Aires fue la sede, y la femenina obtuvo el primer campeonato internacional. Si, previo a formar parte de la CABB, previo a que existiera una liga propia, un formato de competencia y una federación nacional que las nucleara.
Luego de este sudamericano, los campeonatos argentinos se pusieron en marcha, emulando el certamen que llevaban los varones. Pero no tuvo la misma concurrencia provincial que la masculina: solo seis selecciones en el torneo de Tucumán 1946. Y llegó el conocido mundial de 1950, y con él, una política deportiva nacional que incentivó a la expansión del deporte en todo el país. Todos hablaban y jugaban al básquet. Todos y todas.
Los campeonatos provinciales, la simultaneidad entre mujeres y varones en competencias, y el mundial: en 1953, en Santiago de Chile, las chicas tuvieron su primera participación en competencias FIBA: las campeonas fueron las estadounidenses, mientras que Argentina finalizó sexta de diez equipos.
Cuatro años después, en Brasil, se disputó el segundo torneo mundial, y las nacionales terminaron novenas de doce. Pero el tercer mundial fue en la Unión Soviética, y las políticas de la Guerra Fría hicieron que ningún equipo americano se presentara, y en 1961 se produjo el primer parate de estos casi 10 primeros años de competencias internacionales.
Luego de este pequeño gran comienzo, el básquet femenino fue decayendo. Es difícil encontrar culpables, la falta de interés de las jóvenes para practicar el deporte, la política deportiva en caída y la falta de competencia y resultados, provocó que no haya una secuencia de camadas que renovara y alimentara a la selección.
Pero si hablamos de disparidad, el básquet femenino nunca superó la barrera del amateurismo. Gran diferencia tanto en materia de género como a nivel internacional, que causó que, aquellas jugadoras con gran potencial salieran de la línea nacional, y fueran a competir al exterior. Esto provocó, y continúa provocando, que las ligas organizadas a nivel nacional no cuenten con el peso que se necesita para popularizar el deporte en las niñas argentinas y en el ojo popular.
Eduardo Pinto fue el entrenador que tomó a la selección durante casi dos décadas y que las condujo a ser las hoy “Gigantes”: desde 1991 hasta 2010 fue el director técnico de la selección, y colaboró con la remontada de la Femenina, desde el mundial 1998 (Alemania), pasando por el exitoso 2006 y cerrando en 2010 en República Checa su participación como head coach. Hoy es el actual entrenador de la Selección Venezolana Femenina.
En el país, hasta el día de hoy, no existe una competencia fuerte y representativa para el básquet femenino. Con ello, el nivel de las jugadoras no tiene continuidad, y deben apostar al exilio para poder continuar con su carrera profesional, dado que aquí no es posible. Desde 1987 se juega la Liga Nacional, pero nunca ha logrado consolidarse, y recibe más críticas que elogios dentro del ambiente. Pocos clubes muestran interés en participar, son competiciones que no cuentan con seleccionadas nacionales ni prácticamente con equipos. Ha pasado de mano en mano, desde la Federación Femenina hasta la AdC y la CABB, pero no han podido lograr que las figuras permanecieran en el país.
El claro ejemplo es la actual Directora del Básquet Femenino Karina Rodríguez, quien en 1987 fue campeona sudamericana de Cadetes y Juveniles con la selección, y viajó a Brasil, donde fue goleadora y figura. Estuvo en la mira del Miami Sol de la WNBA, pero finalmente fue a España: Ganó la Copa de la Reina en 1990, marcando 48 puntos en la final, para el Banco Zaragozano. Pero claro, todo este éxito de la argentina no fue apreciado dentro del país, dado que en la selección no tuvo la participación que su talento prometía, por problemas dirigenciales.
Luego de años de lucha, de crecimiento, de intentarlo, el básquet femenino continúa con una estructura semiprofesional, que provoca que las jugadoras con futuro vayan a resolverlo al exterior, en las ligas europeas y brasileñas, bajo el mote de “embajadoras”. Pero a nivel local, la Liga Femenina comenzó cuatro meses después que la masculina, con solo 10 equipos, que participan por licitación y no por mérito, y que cuentan con jugadoras de mucho talento, pero poco paso por las esferas internacionales.
La CABB ha lanzado el Plan Nacional Formativo 2028, donde realizó una preselección de jugadoras menores con una altura mínima, para realizar seguimiento y control, en pos de crear un colchón de jugadoras, entrenadas y controladas por la entidad, que sean el piso de una nueva era de deportistas representativas a nivel nacional e internacional.
Será preciso, para que hoy sea un feliz día, que los clubes se interesen en fomentar, apoyar y profesionalizar el básquet femenino, para que las Gigantes se nutran de excelentes deportistas, que puedan dedicarse tiempo completo a serlo, sin tener que elegir entre la naranja o pagar el alquiler, o la carrera profesional para tener ingresos para aguantar a la familia.
¿Se están realizando cambios?, claro. ¿Son suficientes? Aquí, años de pruebas.