Se terminó la epopeya de Luis Scola en la selección Argentina. No podíamos dejar de hablar de uno de los grandes jugadores en la historia para nuestro deporte. Trascendió fronteras y hasta el mismo básquet. Entregó el legado a la siguiente generación.
Autor:Sol D´Amato (especial para www.pickandroll.com.ar)
No existen palabras para describir a este deportista. Es imposible, si se piensa en la magnitud de sus actos, de su presencia, de su trascendencia. No existe otro deportista en la historia argentina con la representatividad que tiene él. El respeto que ha conseguido excede su deporte, excede su país, excede lo estrictamente deportivo. No existen palabras que describan lo que ha significado en la vida de quienes lo siguieron, lo acompañaron, lo vieron siquiera jugar. No existen palabras para describir lo mucho que significa Luis Scola, en el básquet, en el deporte, en el país y en el mundo.
22 años ininterrumpidos vistiendo la celeste y blanca. En todas las competencias internacionales y eventos oficiales, ahí estuvo. Desde 1999 no ha faltado nunca. Para contar algunas preseas, al comienzo de su carrera en la Selección fue campeón Premundial en 2001, obtuvo medalla de Plata Mundial Indianápolis 2002, medalla dorada en Atenas 2004, medalla de bronce en Beijing 2008 y campeón del Preolímpico 2011.
Tiene en su haber cinco mundiales, y cinco Juegos Olímpicos. Sus últimos podios lo llevaron a Tokio: el preolímpico de Lima y el subcampeonato del mundo en China 2019. El capitán fue abanderado olímpico en Río 2016, cuando su leyenda se acrecentó en el cuarto Juego que participó. Es el máximo anotador de la Selección argentina, y el cuarto en la historia de los Juegos Olímpicos.
Pero además de todos estos números y medallas que lo hacen sumamente extraordinario, lo que más representa a Luifa es el respeto que ha sabido ganarse tanto de sus colegas como de otras personalidades. Cuando restaba poco menos de un minuto para que terminara el partido de Argentina con Australia, ante el cambio de Sergio Hernández, sus compañeros y los jugadores oceánicos, se aunaron en un aplauso cerrado, que llenó de emoción al capitán.
«Intento siempre apartarme de estas situaciones, pero bueno, fue un poco un golpe bajo, estaba esperando que termine el partido…. pero terminó y ya está, estoy un poco golpeado emocionalmente. Haber visto a los periodistas, a los árbitros, a los rivales, no sé, me golpeó un poco», dijo al finalizar el partido. Y remató con la frase que concluyó la historia: «me voy en paz».
Los cambios en la vida de un deportista que más de la mitad de su vida fue dedicada exclusivamente al básquet no debe ser nada sencillo. Intentó extender esta despedida hasta ayer, aun con una pandemia que ponía en juego su preparación. Pero fue determinante en el torneo, y el equipo no fue el mismo con él o sin él en la cancha. Su juego, lejos de oxidarse, se convirtió, se hizo preciso, veloz, mejoró su tiro externo, siendo interno, mejoró su velocidad, su capacidad de marca, de chocar bajo el aro. Se convirtió en leyenda, en el jugador más representativo del deporte argentino.
¿Por qué toda esta gente lo aprecia tanto?Sencillo. Fue, es y será auténtico, en ciertas ocasiones fue verdugo, en otras víctima, pero nunca se quedó callado. Y eso también le da una mística auténtica. Un valor inconmensurable, por defender sus ideas, por defender al básquet argentino de malas dirigencias, por buscar el bienestar de sus compañeros, por buscar que el deporte que él y su familia eligieron para potenciar su vida, sea potenciador de la vida de quienes quieran practicarlo.
Trascendió pantallas, revistas, diarios, canchas, partidos. Trascendió y seguirá trascendiendo en generaciones de deportistas, de jugadores de básquet que buscan en él un ejemplo. Con todo lo bueno y lo malo que tiene, con todo lo impresionante e inigualable.
Va a estar difícil mirar un partido de Argentina y no extrañarlo. No tener ese sostén abajo del aro no va a ser cosa fácil, pero por suerte ha sabido compartir sus enseñanzas en esta banda de pibes que tienen tanto hambre como él, como sus compañeros dorados, de ver a la celeste y blanca en lo más alto de las competencias. De volver a cantar el himno al finalizar el torneo, colgándose una medalla, o levantando una copa.
Gracias Luifa, gracias por tu entrega incondicional, por ser la bandera argentina, por ser Argentina adentro de una cancha durante 22 años. Gracias, por ser argentino.