Diario de viaje - Capítulo final

Todo muy lindo, pero yo me rajo. Por orden y gracia de la combinación de vuelo me comí el domingo ocioso en Mexicali esperando partir el lunes a la Argentina. Desde que se designó esta ciudad como sede hasta los días del partido no hubo siquiera una semana para preparar el viaje. Con semejante prisa se pudo tomar las reservas de vuelo que había y no las que se querían.

De todos modos, sea en avión o en balsa, me vuelvo igual. No tengo empacho en decirlo: mi miedo a los sismos es tan grande como las ganas de volver. Como frutilla del postre, de despedida ya en el avión de Mexicana de Aviación, antes de salir para el DF, el piso se sacudió nuevamente. En la aeronave no se notó. Podía ser el traqueteo habitual antes del despegue. Sin embargo el avión llegó a la punta de la pista y se quedó allí un rato. El comandante avisó del sismo y dijo que por rutina debía inspeccionarse la pista. Madre de dios!.

Mexicali es una ciudad muy bonita, a pesar de su escasez de edificio, su geografía abrazada al piso y su falta de espacios verdes naturales. Está en el medio del desierto y esto le da un clima seco que te parte los labios. Por ser una ciudad de frontera esperaba encontrar más desorden, sin embargo todo esta organizado y limpio, algo aún más curioso. Es casi una ciudad norteamericana.

Los carteles de “Alto” en las esquinas para el transito vehicular se respetan a rajatabla. Uno viene por una avenida a 60 km por hora, ve el cartel de “Alto” y debe frenar a cero. No disminuir la velocidad sino directamente frenar. Si no viene nadie por la calle que cruza, entonces se puede continuar, y si hay automóviles en la intersección pasan civilizadamente uno y uno, otorgándose el turno cada uno. En la argentina sería impensado poner una norma así. No imagino a los colectiveros frenando a cero y cediendo el paso.

De todos modos Méxicali no es Disneylandia. Se escuchan sirenas de policías todo el tiempo de aquí para allá. Hay una media de 4 autos robados por día y el contrabando con los Estados Unidos genera mucha marginalidad. Si le agregamos una media de 45 grados a la sombra en verano, se hace más un infierno que un paraíso.

A propósito del infierno. Si el Diablo toma forma en un ser de carne y hueso, sin dudas viviría en México. Aquí encontraría la comida a su gusto. Lo picante que comen todo, desde el desayuno a la cena, no tiene límites. Prefiero morder un grano de pimienta a comer lo que me ofrecen como “suave” los mozos que me quieren convencer de la comida regional. “Muchas gracias, solo quiero café”.

El clima fue bueno, aún en pleno invierno, hubo de 20 a 25 grados de día, a temperaturas menores a los 5 grados de noche. A media tarde parecía Mar del Plata en esta misma época del año. En verano aquí no se puede respirar el aire de la calle del calor que hace.

En materia de básquetbol quedaron algunas cosas en el tintero. La Liga profesional mexicana está en pleno crecimiento. Necesita más organización pero avanzan a pasos agigantados. En el próximo lustro esta liga se instalará entre las mejores pagas fuera del mundo NBA, y primeras ligas europeas. Hoy el equipo de Soles tiene un presupuesto similar al de equipos argentinos (un millón de dólares en la temporada). Además en México existen compañías que pueden acercarse al básquetbol y aportar mucho dinero. Solo en el DF hay más personas que en la mitad de la Argentina (22 millones). Este país hoy tiene 105 millones de habitantes.

Por último, un párrafo para los chismes de pasillo. La llegada a la Argentina de Gabriel Míkulas no pasó desapercibida por Peñarol que lo quiere en su equipo, por lo que resta de esta temporada y la siguiente. Sucede que el presupuesto ya llegó a su tope y por lo tanto debe cortar a un jugador. No hace falta pensar mucho para saber que Jervaughn Scales tiene los días contados en el equipo. Nadie dice nada, pero el Oveja Hernández habla con los cambios que hace. No lo tiene en cuenta, no lo pone, no le sirve, no juega cuando van perdiendo ni cuando van ganando. Scales se quiere ir. Si encuentra equipo, llega Míkulas a Peñarol.

La Copa de Peñarol ha sido un largo viaje de ida y vuelta, pero bien gastadas están las 60 horas de viaje. La vida nos regala estas oportunidades de presenciar la historia de cerca. Una historia que se que contará por mucho tiempo.

Desde Mexicali - Pablo Tosal
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